Joan Fontcuberta
El archivo es un bastión de la memoria y su poder está protegido en fortalezas donde los documentos se acumulan de manera irregular.
Son los guardianes de esos lugares quienes detentan la autoridad para preservar el acceso a la información.
Gestionar ese acceso significa controlar la clave del conocimiento y del relato. Por eso el archivo se convierte en un lugar recurrente para la creación artística contemporánea.
Hay archivos gobernados por la opacidad y la intolerancia, que sin duda expresan el pánico a perder el monopolio sobre la historia. La censura es su escudo, ante el que el artista responde como un hacker filtrando y difundiendo esas voces secuestradas.
Pero, afortunadamente, también hay archivos que son el resultado de un deseo de libertad, transparencia y democracia. Cuando el archivo es abierto a la interpretación libre, es como si enviásemos nuestra inteligencia a una nueva cueva de Alí Babá.